lunes, 11 de enero de 2010

Nostalgia de Jesús

Hoy el cielo está gris con esa luz opaca que solo invita al sueño. Decido bajar a fumar un cigarro porque no tengo ganas de nada. Salgo del edificio al jardín, que separa y a la vez ornamenta este parque empresarial. Estoy sola y la mente me lleva a recordar las muchas veces que he bajado a fumar contigo. Esa cotidianeidad compartida de confidencias, humo y risas que articulaba mi día a día de oficinista y que ahora ya no está. Esas cosas pequeñas que le dan sabor a la vida y que solo valoras de verdad cuando desaparecen. Estoy sola y hace frío, le doy una calada al cigarro y me pregunto qué estarás haciendo ahora. Ni siquiera sé si será de día o de noche, o mañana o ayer. Seguramente duermes, porque estás al otro lado del mundo y porque yo estoy despierta. Yo tan despierta, aspiro el humo del cigarrillo y te imagino.
Te imagino fumando acodado en la barandilla de la terraza de tu nuevo piso. Contemplando las montañas nevadas, esas que llaman la Cordillera. Te imagino mirando el abismo bullicioso que se extiende a los pies de tu edificio. Sumido en la observación del paisaje aún inexplorado y extraño de tu ciudad nueva. Con los ojos allí y el corazón a caballo entre dos continentes dejándose mecer por los suaves vientos australes. Te imagino entrando en una nueva oficina, cruzándote con caras distintas (a las que no puedo evitar envidiar), asistiendo a consejos y reuniones que comparten el mismo tedio con los de aquí, pero un sabor distinto.
Te imagino acodado en tu terraza y un poco estremecido ante esta aventura. Imagino una sombra de mujer que aparece a tu espalda y te rescata de tu ensimismamiento y de pronto te recuerda que no estás solo y te veo sonreir.
Te imagino lejos, te siento aún cerca, como la brasa de este cigarrillo que ya se extingue entre mis dedos. Lo apago y tomo aliento antes de sumergirme en mi también nueva, jungla de cristal. Esta que ya no habitas tú.

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