miércoles, 17 de junio de 2009

Susana


A Susana le comía la culpa.

Sabía que parte de responsabilidad en esto la tenía la estricta educación que le dieron las monjitas teresianas.

Pero no toda.

El ambiente sofocante de su casa también tenía que ver. Ya de niña, la culpa la atenazaba cuando escondía la comida que no le gustaba, para tirarla luego al cubo de la basura en un despiste de su madre. Era entonces cuando pensaba en los negritos de África y la toca blanca y tiesa de la madre María Antonia planeaba por su consciencia como un avión militar.

Crecer no le alivió demasiado, porque en las noches de calor descubrió el placer de su propio cuerpo, unido al martirio de una vocecita que le decía que aquello tan rico era pecado. A las noches onanistas, se sucedían largos avemarías y promesas de ir a misa de 8 todos los días, y propósitos de enmienda siempre luego fracasados.

Su primer beso fue un dolor y es que Susana, asqueada por lo que la lujuria le había llevado a hacer, se enjuagó la boca con alcohol de 96º y se abrasó las mucosas por una semana.

A Martín no quiso volverle a ver.

Los años pasaron y la única constante en la vida de Susana era la culpa que la acechaba desde los rincones más insólitos. Era una buena chica, responsable en su trabajo, amorosa hija y hermana, la mejor de las amigas. Sabía lo que tenía que hacer.

Pero aun así la culpa la esperaba escondida en los dobleces. Las situaciones más irreprochables se tornaban en candentes "y si..." y en dolorosos "es que" La culpa infame se las sabía todas y encaramada a su espalda susurraba a su oído palabras que día a dia, se le tornaban sediciosas. La abrazaba con mil manos hasta dejarla sin aliento, trazando con caricias un corsé de perímetros cada días más estrechos. Le faltaba el aire

Entonces Susana aprendió a mentir.

Primero fue una mentira chiquita, una excusa pequeña pero muy bien armada (no desairar a un compañero que invitaba por su santo) que le permitió comerse un éclair de chocolate a pesar de estar en mitad del régimen.
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La culpa no dijo nada, su estomago dijo: más.

Regocijada por su conquista, elaboró su estrategia. En un plan bien orquestado, trazo las sendas, para vencer a su más inseparable amiga. Si hacía algo que a priori sabía que no debía hacer, construía complejos parlamentos y se los contaba así misma hasta creerselos. La culpa, amordazada de argumentos, seguía dando la lata pero su runrun era más bajo.
Justificaba todos sus actos a través de la consideración y las buenas formas.
Le dió a la culpa unas lecciones acerca de supervivencia en sociedad.
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Empezó a salir de noche. La culpa la esperaba en casa, pero no decía nada hasta que no se marchaban los chicos. Todos distintos. Luego tampoco decía nada porque Susana estaba demasido exhausta para escucharla.
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Logró echarla de casa entre aspavientos y reproches.
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Pero la culpa era astuta y un día que sabía que Susana regresaría temprano la espero agazapada en el zaguán. Le atacó por la espalda empleando todas sus artimañas. Le echó en cara su vida despreocupada e irresponsable, el dolor y los males que provocaba en sus padres ya ancianos, las traiciones a los amigos.
Susana desprevenida no supo como reaccionar y se permitió la escucha de las palabras de aquella vieja y conocida enemiga.
La culpa continuó furiosa: Achacó a su conducta y ejemplo los males que asolaban el barrio, las hambrunas del mundo, la contaminación de los océanos y el calentamiento de los mismos, la destrucción de los bosques, las lágrimas de las madres e incluso los cataclismo nucleares.
Susana tembló, un latigazo de rabia recorrió sus nervios crispados y en un arranque excepcional (ella nunca había sido violenta) le echó mano al cuello de aquella harpía gritona. Apretó y apretó hasta que vio el conocido rostro de la culpa ponerse moradito, casi del tono delicado que llaman ciclamen y aún siguió apretando aunque ya no sentía vida latir bajo sus dedos, maravillada por la fantástica ligereza que se expandía desde su pecho.

Hoy Susana camina sin tocar el suelo

7 comentarios:

GEORGIA dijo...

Bravo Susana...Bravo

un abrazo

TORO SALVAJE dijo...

Ojalá pudiera matarla yo también, todo sería mejor.

Excelente.

Besos.

isis de la noche dijo...

Qué relato tan magistralmente narrado!

Y además impactante, más que por el final, por todo lo que me ha puesto a pensar acerca de la culpa.

Por suerte, yo decidí matarla muy temprano en mi vida ;)

No fue fácil, considerando el peso de las ideas preestablecidas, pero al final sentí la misma liberación que Susana, aunque ahora camino sin tocar el piso cuando quiero, pero no porque haya dejado de existir. Sino porque vivo sin la culpa ;)

... Y eso nos hace tan ligeros como el viento ;)

En realidad, mi querida amiga, este magnífico relato es un ensayo filosófico acerca de lo que ocurre cuando nos dejamos vencer por prejuicios absurdos, por ideas impuestas, por miedo al propio interior, por 'moralinas' de pacotilla...

¡Bravo!!

un abrazo inmenso

Lena yau dijo...

Uy...me desdoblo aquí.

Yo la maté temprano!

Será porque también crecí con las teresianas...

(jaja)

Me encantó, Ari!

Anónimo dijo...

Me hubiera gustado matarla.
Excelente texto.
Me gustó mucho, Ariadna.
Un abrazo grande.

Unknown dijo...

la culpa es un concepto muy cristiano, genera culpables, que suelen ser muy utiles....

pero nunca resolvio un conflicto, ni un problema, ni tan siquiera evito un mal, asi que como es inutil, mejor imitar a susana

saludos

Anónimo dijo...

Qué texto tan bueno!!! Cada día me sorprendes un poco más...
alicia