lunes, 31 de marzo de 2008

Madre de Dios I

El día amaneció revuelto en Madre de Dios. Los feriantes se congregaban en la plaza desde el alba, peleándose por los mejores sitios donde mostrar sus mercancías. Cuando el campanario de San Bartolomé marcó con su batir las ocho, ya el mercado hervía como la piel de un animal multicolor y prehistórico. Las doñas escogían las mejores piezas abriéndose paso entre la multitud a codazos seguidas por sus criadas. Las criadas se afanaban entre cestos cargados de batata negra, de yuca, de plátano macho, de magro blanco, de morcillo, de frijoles, de guayabos, de higos de miel, preocupadas por abanar las moscas y las manos de los niños. El sol azotaba cruel sobre el mercado de Madre de Dios, ahogando a sus habitantes en un tufo a sudor y comida descompuesta, un olor capaz de provocar nauseas a los turistas que cubrían sus hocicos delicados con Kleenex y pañuelos blancos, pero que para los madreños resultaba imperceptible. Aquel día había más gritos que de costumbre. La noticia ya era bien sabida pero el verla impresa en letras de molde negra en grandes trozos de papel sepia pegados a los muros le daban un carácter de inmediatez que nadie llegaba a creer. Grandes grupos se arremolinaban alrededor de los carteles, las cabezas juntas y los cuellos alongados los que sabían leer, latosos y excitados los otros pidiendo que alguien les leyera el bando. Entre la mayoría de hombres había algunas mujeres, vestidos de colores brillantes que al saber la nueva se golpeaban el pecho y lloraban a gritos. Los señores se acercaban discretamente, como si la noticia no fuera con ellos, al cartel pegado en el muro de la iglesia, echaban un vistazo de reojo y echaban a andar sin cruzar la mirada los unos con los otros. Las señoras salientes de misa de mañana, hacían signos de aprobación, meneando las cabezas de arriba abajo, los pechos hinchados por el logro de algo que sentían como derecho. El padre Balbuena despedía en las puertas del templo, a las beatas más rezagadas que se deshacían en alabanzas, pero las dejó plantadas en cuanto oyó el revuelo. Antes de ver los carteles ya los presintió. Dando grandes zancadas irrumpió en uno de los corros mayores. De un manotazo arrancó el bando ante los ojos asombrados de los parroquianos. “Cristo, no las echó de su lado, sois mejores de Cristo?” Gritó a modo de respuesta y volvió a entrar en la Iglesia hecho una furia.

6 comentarios:

Lena yau dijo...

Ari...

corre bien esa prosa.....muy gustosita....me encanta!

Más, más!

Pedro Estudillo dijo...

Toda una lección. Muy buena la historia, y muy bien contada.
Besos.

silencio dijo...

Hey que buena! qué inventiva que tienes nena! Un besito muy fuerte, a ver si hablamos o mándame un mailcito!

La Gata Insomne dijo...

Qué bueno amiga
volviste con las pilas puestas, este cuento va siendo una maravilla, muero por la II.

Ya te había dicho que escribes muy bien??

Besicos

Flores de su pena dijo...

Hola Ariadna, me ha gustado mucho tu blog, ya te enlacé al mío. Estaré pendiente de merodear por estas sorpresas tuyas.

Dani Caine dijo...

Me gustó mucho, estaba buscando un blog con prosas y hasta ahora me he topado con pura poesía. Te voy a hacer un link en mi blog para venir por aquí seguido.

Saludos!!

Daniela