martes, 7 de noviembre de 2006

Torija 12

El avión llegó con dos horas de retraso. No era la primera vez que volaba sola, pero si la primera que lo hacía a la Península. Tomó un taxi y le dijo la dirección al conductor: "Calle Torija 12". Inspiró profundamente varias veces, intentando tranquilizarse. Aquel aire seco de la meseta, le parecía que nunca acababa de llenarla, era tan distinto del aire fresco y marino de su ciudad. El taxi se detuvo frente a un edificio monumental y sombrío. "Por fin mis padres lo han conseguido, encerrarme en un convento" pensó para sus adentros mientras le echaba una mirada rápida a la fachada.
Subió los peldaños de la escalera arrastrando su maleta y llamó a la portería. En una garita una monja diminuta y viejecita, igualita, igualita a la mujer de David el Gnomo, le preguntó qué quería. "Vengo a la residencia" dijo con voz temblorosa. La monja saltó de su silla y tras abrir de golpe la puerta que la separaba del recibidor se le abalanzó con los brazos abiertos, diciéndole: "¡Bienvenida hija!". Aquel gesto espontáneo y cariñoso, la sorprendió y la encantó a partes iguales sosegándole un poco el espíritu.
Otra monja la acompañó hasta su habitación "Es la número 4. Tu compañera aún no está, pero ya ha traído sus cosas", le comentó mientras la guiaba por una enorme escalera de piedra que para su horror tenía en uno de sus rellanos un santo a tamaño natural "Dios mío, ¡dónde me he metido!" La monja se detuvo frente a una puerta y sacando una llave hueca del bolsillo, comenzó a hurgar con ella en la cerradura. La puerta era blanca, con un número 4 dorado en el centro y un pequeño cartelito con el nombre de sus ocupantes: "Laura Martín" ¡Qué casualidad se apellida como yo!" La puerta se abrió y el sol que entraba a raudales por el balcón la deslumbró. Aquella iba a ser su casa los próximos meses.
Los primeros días transcurrieron lentamente. Estaba sola, las únicas dos residentes que había aparte de ella resultaron ser dos chicas de Toledo que llevaban cuatro años en un internado y que nunca habían visto el mar, y más raro aún, jamás habían ido al cine. Sin embargo, aquella situación cambio rápidamente. Día a día, las voces en el pasillo anunciaban la llegada de una nueva residente y poco a poco aquel viejo edificio dormido se llenó de vida.

Dedicado a Laura, a Alicia, a Eva y a Patricia por compartir un momento único

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico... corto y descriptivo. Me gusta mucho lo del aire seco de la meseta, yo tuve la sensación contraria la primera vez que aterricé en tu isla...

Ariadna dijo...

Gracias!! me alegro que te guste...es una sensación que ya noto más que a la inversa, cuando voy a Canarias, pero que los primeros años lo identificaba claramente: el olor de Madrid

Anónimo dijo...

Jo, la nº 4... y no pasaron meses, pasó mucho más...
Seguimos con los recuerdos, no??
Me has emocionado al leerlo... me gusta mucho. Pero creo que no soy imparcial, me implica demasiado.

Me gusta la frase de "...y más raro aún, jamás habían ido al cine..."

Guapa, sigue...
Y gracias por los recuerdos

Anónimo dijo...

Conozco este lugar. Pertenece a mi infancia. Allí hice unos ejercicios espirituales a los que, francamente, iba a pasarmelo bien. Lo conseguí.

Anónimo dijo...

Hola, soy compañero de Candida y me ha gustado mucho la presentación de tu blog, proximamente pondremos nosotros uno en marcha y te enviaremos nuestra dirección, para que nos cuentes que te parece.