lunes, 24 de enero de 2011

Extraños en un tren

Viajo en tren. Un paisaje infinito discurre por la ventanilla de mi asiento. El traqueteo incesante me va relajando y sería fácil caer en un sopor dulce, pero no duermo. Me ha tocado el peor sitio. Ocupo una butaca de las cuatro que hay enfrentadas, separadas por una pequeña mesa. Todos los asientos están ocupados. El viaje me permite por unas horas observar de cerca a tres desconocidos. Escruto el rostro dormido de la pasajera de mi derecha. Debe tener 35 años, sin embargo el pelo corto y su cuerpo menudo la hacen parecer mucho más joven, casi una niña. La miro largo rato y asisto a sus gestos infantiles de niña durmiente. Se acurruca en el abrigo. Tiene frío. Los ojos apretados, fuerte. La señora de enfrente está absorta en la película, una comedia romántica americana. Debe tener 50 años, es guapa pero el tiempo comienza a desdibujar su rostro. Cuando ha llegado, ha saludado muy educada y se ha sentado estudiando cuidadosamente la posición de sus pies, para no chocar con los míos. Mentalmente le ha dado las gracias. Ahora está completamente metida en la película. En un par de ocasiones sus ojos verdes se han llenado de lágrimas y alguna ha rodado mejilla abajo, sin disimulo. Es bonito verla llorar. A su lado un joven de gesto serio y concentrado lee sin parar en la pantalla de su ebook. A pesar del frío (es diciembre) solo lleva una camiseta negra, por la que asoman unos brazos sin vello de piel blanquísima. Recorro su rostor de piel delicada que promete unos ojos claros y choca de lleno con la dureza negra de los suyos. Parece escapado de otro siglo. Lee sin parar durante todo el viaje. En ningún momento duerme o presta atención a la película o al paisaje que se desliza tras el cristal de su ventanilla. No me mira. Sus ojos solo están pendientes de las páginas sin vuelta de su libro.

Es extraña está intimidad que compartimos por unas horas y que permite ver de ellos lo que a muchos sin duda les esta vetado. También ellos ven de mí y se inclinan con disimulo sobre las páginas de este cuaderno, preguntándose si escribo un diario. Inquietos cuando ven que me detengo y elevo los ojos del papel y los fijo ausente en ellos. Caminos que se cruzan en un instante en el espacio y que el mismo azar volverá a separar. Desconocidos protagonistas de historias inimaginables, capaces de las mayores fechorías, de las mayores proezas, de los más arriesgados saltos.

7 comentarios:

Pena Mexicana dijo...

Me identifico :)
Me veo haciendo esos apuntes :)
Me gusta lo que he leído, gracias por tu visita a mi blog, vuelve cuando quieras, sigo leyendo...

Leyre Gil Pedromingo dijo...

Y es que, querida Ariadna, el tren siempre ha sido una fuente de inspiración infinita.
Miles de besos desde la tierra destrenada

Ico dijo...

es curiosos la intimidad que se establece en una vidas que se encuentran en un momento determinado... la magináción en esos momentos vuela y se imaginan vidas y emociones a través de los rostros desconocidos..

I. Robledo dijo...

Anoche yo tambien viaje en un tren... No preste ninguna atencion al video, ni al paisaje... Era de noche... Leia un libro, simplemente...

Quizas sea yo el que leia...

Pero la verdad es que no reparé en que nadie escribiera nada... Claro que el parece que tampoco...

Un abrazo, amiga (magnifico relato...)

J. G. dijo...

excelente, esa imagen ya me ha impresionado sin leer nada.

Jorge García Torrego dijo...

Encuentros íntimos, cercanos, pero repetidos hasta el infinito y demasiado volátiles... Un saludo,

alicia dijo...

Íntimos desconocidos... Cuántas veces nos habremos cruzado con almas afines separadas por la finitud de los trayectos. Feliz viaje de ida, Ariadna