sábado, 9 de octubre de 2010

Las vías




Aquí ya no hace frío

Recuerdo que una de las advertencias que me hizo mi madre cuando me vine a vivir a la capital, fue la de que tuviese cuidado en el metro. Según me relató, no era raro el ataque de locos o personas perversas que intentaban lanzarle a uno a las vías. También acaecían accidentes y personas que se quedaban paradas en el andén, justo ahí donde desembocaba una galería por las que acceden los pasajeros, en ocasiones terminaban en el foso empujados por el tumulto en la hora punta. Es por este motivo que nunca he dejado al azar mi situación en el momento de esperar el metro. Jamás me colocaba en el borde del andén, como hacen muchos, para ver con mayor facilidad al tren acercarse. Me apoyaba con la espalda en la pared, controlando en todo momento al resto de pasajeros. Si alguna vez observaba a alguno sospechoso, cambiaba de lugar inmediatamente. Por supuesto evitaba la proximidad de los hombres que siempre me han parecido peligrosos. Puede que con esto crean que soy una paranoica, pero no es así. Todas estás prácticas las tenía tan asimiladas dentro de mi comportamiento que para mí eran una rutina que ejecutaba de forma inconsciente. Como comprenderán no solía leer durante mis traslados, por el contrario y para ocupar el tiempo imaginaba distintas tácticas para escapar de la muerte en caso de que por una fatalidad acabase en las vías. Volver a subir no era una opción válida ya que soy más bien baja y nunca he tenido fuerza. No confiaba en la ayuda de otros, así que la mejor opción era esconderse en el hueco que queda justo bajo el andén o entre las vías. Supongo que hay pocas probabilidades de sobrevivir a esto pero siempre pensé que si uno estaba preparado éstas aumentarían.

Nunca he hablado de esto con nadie, ni siquiera con Alberto. Pero hay muchas cosas que nunca le dije, como que siempre sentía frío o lo mucho que me gustaba la cara que ponía cuando probaba un vino. Nunca le hablé de mi madre tampoco. En cambio él me lo contó todo con una pasmosa y desconsiderada naturalidad. Como si estuviese hablando con un amigo y no conmigo. Me dijo su nombre. Tengo frío. Me dijo que la había conocido en un café. Me dijo que llevaba el pelo corto. Mucho frío. Me dijo que se mudaba a su apartamento. Me dijo que no me preocupase que podía quedarme el nuestro. Estoy temblando. Me dijo que había quedado con ella y besándome en la mejilla desapareció dejándome clavada en la acera. Helada. Bajé los escalones sin ruido, una escalera irreal. Descendí al mundo subterráneo. Ahora ya formaba parte de él. El andén estaba desierto, sólo en el de enfrente me pareció ver a una madre con un niño. Me acerqué al borde. Fue como sumergirse en un mar.



No recuerdo mucho más, pero no se está mal aquí y al menos no hace frío.

5 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Lo que le dijo lu madre del metro es bien cierto. Lo que ocurre es que el 99 % no sale en los medios de comunicación. Pero ocurre. Créeme.

Lo de Alberto es de psicópata integral. Merecería ser arrollado.

Besos.

Ico dijo...

Bonita comparación el metro con las profundidas de nuestra alma, con lo recóndito de nuestros sentimientos...y el mar siempre como referencia y sosiego..

Pablo aka Che dijo...

Tus relatos caminan cuesta abajo, acelerando el paso según se acercan al final. Curioso, para una mujer que se tiene por perezosa la lógica sería un comienzo contundente y un remate más ligero.

alicia dijo...

Ese frío constante y silencioso que se precipita a las vías sin hacer apenas ruido...
Inquietante relato, Ariadna. Y sí, sucede cuesta abajo

Emma dijo...

Muy bueno el relato. Me ha encantado. Un saludo.