Un chaparrón nos recibió a la salida del aeropuerto de Menara. Agua y la sonrisa de Aziz que esperaba con un cartel en la mano con mi apellido. La oscuridad de la noche y el aguacero no nos permitían apreciar demasiado de la ciudad a través de las ventanillas del coche pero ya la adivinabamos más con el corazón que con los ojos. Aziz nos dejó en el punto más cercano al riad accesible en coche. Alli esperaba Hamid, el guardián del riad, empapándose bajo la lluvia. Nada más vernos tomó mi maleta y nos dirigió algunas frases de bienvenida con su precario francés. Nos guió por un laberinto de calles estrechas, mientras yo me preguntaba cómo demonios ibamos a hacer para salir de allí solos y empezaba a cuestionarme mi elección del hotel. Todas las dudas se disiparon cuando detrás de una puerta azul en un callejón oscuro apareció nuestro riad. Aquella vez internet no mentía: era fantástico. Una casa tradicional del siglo XVIII, perfectamente restaurada y amueblada con unas piezas de artesanía preciosas. Ni nos cambiamos de ropa, tomamos de un trago el té a la menta que Hamid nos ofreció y armados de paraguas salimos al encuentro de la ciudad. Hamid nos acompañó a la Plaza, mientras yo memorizaba el recorrido (nunca me he sentido más Ariadna), y nos dió su movil por si no lograbamos volver. La plaza aparecía oscura, medio vacía y destartalada. La lluvia había hecho estragos en ella y me sentí decepcionada y un poco estúpida pensando en las veces que se la había evocado a JM. Siempre me pasa eso, cuando algo me apasiona y se lo cuento a alguien, cuando lo veo por segunda vez con esa persona siempre me parece más feo, como si las cosas en mi cabeza se hubiesen vuelto más hermosas o mi percepción fuera equivocada y me siento exagerada y absurda y me deshago en explicaciones. Bueno que me pierdo: A pesar de la lluvia en el centro de la plaza había unos cuantos puestos de comida donde en unas mesas alargadas, los locales y algunos intrépidos turistas daban buen cuenta de su cena: caracoles, harira, cabezas de cordero asadas... Seguro que todo delicioso, no lo dudo, pero de aspecto y olor muy poco tentador. Un hombre se nos acerco y nos dijo: "No scare, no scare, esto Ferrán Adriá bereber" yo le daba las gracias y le decía que ya habíamos cenado y el me decía "Tú muy flaquita" Al final terminamos en un turístico y occidentalizado restaurante: El Marrakchi. Estuvo bien pero... ¡Qué cobardes!
Pronto más...
martes, 8 de enero de 2008
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9 comentarios:
Yo no te llamaría cobarde si el olor no era tentador. Te llamaría precabida.
Un abrazo.
Errata: Precavida. Hablo de "ser cauta a priori", no de "caber de antemano".
La dislexia, la dislexia... ¿no?
Guapa! jajaja "Ferrán Adriá bereber"!!! qué bueno!
Te echaba de menos.
Me pasan esas cosas todo el tiempo: filtrar la realidad en mi cabeza, contar las cosas y que luego no sean para los demás lo que yo veo. Por qué pasará eso? Me ocurre con la isla, tanto hablo de ella que ya no sé dónde acaba la realidad y empieza mi ficción.
Un beso muy fuerte lleno de envidia de la buena... Marruecos, a ver si a mí me toca pronto. Muak!
jah,, cualquiera es cobarde
yo me consolaría y perdonaría todo por el comentario de tu ser muy flaquita!!!!
siempre me ocurre exactamente lo que describes, monto una historia con adornos cuando vuelvo acompañada....algo falta.... y no sé qué decir
serán cosas de fémina????
espero más
besos
qué experiencia!
Qué bueno, ¿no? Me encantaría conocer aquello en condiciones. Un beso y sigue contando!
Me alegro de tenerte de vuelta por mi casa; te echaba de menos. Como siempre, un placer leerte y tenerte cerca.
Dicen que mujer precavida vale por dos, pero, qué quieres que te diga, yo soy de los que me gustan arriesgar, es la única forma de tener experiencias nuevas y poder aprender de ellas.
Un fuerte abrazo, amiga.
he venido a por más de tu periplo, la segunda parte ya!
Ferrán Adrià bereber???
JAJAJAJAJA
JAJAJAJAJA
JAJAJAJAJA
JAJAJAJAJA!!!
Cobarde no, pru-den-te...
jajajaja
besitos!
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