jueves, 25 de enero de 2007

Fugaz

Levantas la vista y lo ves. Te parece un tipo corriente, una más entre las decenas de caras que llenan el vagón, sin embargo te detienes en él, sólo por pasar el tiempo. Permites que tu mirada descarada lo recorra entero. Observas su rostro impasible, la mirada perdida en la oscuridad que rodea el vagón, la nariz griega, los párpados árabes, paras deliberadamente en su boca que de pronto se te adivina como tímida y jugosa. Examinas su atuendo; la chaqueta negra impermeable, los vaqueros que parecen nuevos, el bolso bandolera cruzado sobre el pecho. Sus zapatos de cordones te provocan una risita que reprimes volviendo a tu falsa cara de seriedad ensayada cien veces frente al espejo. De repente reparas en que parece un gigante sentado en una silla de niño, con lo largos miembros encogidos, y te da lástima, debe ser muy alto. Dibujas la línea de su mentón que no ha sido rasurado en varios días y se te antoja altanero, sientes que te gustaría humillarlo, que te gustaría ver como se inclina manso ante ti. Subes la vista y te sorprende, su mirada encuentra la tuya una décima de segundo llena de interrogantes, una marea de sangre caliente inunda tu cerebro. El tren frena y él se prepara para bajar. Ves como baja y se aleja por el andén hasta que se hace tan pequeño que desaparece de tu vista.

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